Mapa de Zork I

Como lo representan los míticos laberintos de Borges, o las ciudades invisibles de Calvino, o sus castillos y tabernas de destinos cruzados; como humanos viajamos siempre por territorios que se despliegan una y otra vez ante nuestros sentidos y, si estamos dispuestos, nos presentan a cada ciclo algo nuevo, y algunas veces inesperado.

Recorremos cada día un continuo de territorios que van desde nuestra experiencia tangible hasta la virtual. Nuestra mirada recorre el espacio de la ciudad, de las pantallas, del papel y de los cuerpos que pasan una y otra vez en un día normal de nuestras vidas. Pero, algunas veces, sólo algunas veces, un encuentro por azar, un lugar antes desapercibido o un gesto inesperado, da paso a un vacío momentáneo que nos hace ver, sentir, pensar diferente.

Nos permite formar una pregunta sobre nuestro lugar. Un lugar compartido con muchos otros, lugar una y otra vez caminado, andado, recorrido. No solo por mí, sino por cada uno que repite en paralelo estos bucles tal vez interminables de ir de allá para acá, y otra vez para allá.

Somos un conglomerado de historias que reverberan en nosotros una y otra vez, historias que se refuerzan o se olvidan de acuerdo a nuestros pasos, a nuestros encuentros y desencuentros; a nuestras búsquedas o a nuestros descubrimientos. Historias que se entrelazan de forma compleja entre las diferentes experiencias de los días normales.

Las historias de antiguas islas que esconden tesoros, los misterios oscuros por descubrir y las narraciones fantásticas pueblan nuestra imaginación de infinidad de seres que evolucionan y se mezclan en nuestros relatos del día a día y, sin darnos cuenta, manifiestan los deseos silenciosos por transformar nuestros ‘ires y venires’ de singulares a plurales.